jueves, 26 de abril de 2012

Opinión sobre la columna "A Favor De La fiesta brava"


El Estudiante de Ciencia Política y Filosofía Luis Felipe Barrera Narváez nos ha enviado el siguiente artículo en respuesta al texto "A Favor de la Fiesta Brava" escrito por la estudiante de Derecho Nathalia Zuñiga y el cual fue difundido también por este medio. Agradeciéndole al autor y de acuerdo a su solicitud, nos permitimos publicarlo con el fin de nutrir el debate. 

Opinión sobre la columna "A Favor De La fiesta brava"

Primero, debo confesar que me siento complacido por este espacio de expresión, abierto a todos los jóvenes que estén interesados en alzar su voz y promover el flujo de opiniones en un espacio democrático. ¡Enhorabuena por la iniciativa!

No me considero taurino o anti taurino. Nunca me he puesto esas camisetas. Pese a ello, voy a expresar mi opinión al respecto, porque es uno de esos debates que por su sensibilidad, suelen irritar las pasiones y enturbiar los argumentos de unos y otros. 

La autora del texto “A favor de la fiesta brava” expresa cierto agotamiento y frustración porque las acusaciones contra los amantes de la tauromaquia le saben a injusticia. Los reproches son lanzados por una sociedad "vociferante" y a la que le encanta señalar con el dedo índice (el justiciero, el mismo con el que se aprieta el gatillo) a aquél acto que ella denomina "la más fiel representación de la vida y de la muerte". 

Estamos desacuerdo en que el debate sobre la tauromaquia no debería ser la prioridad en una sociedad como la nuestra. Prioridades dentro de la opinión pública deberían ser la pobreza, la desigualdad, la ausencia de educación y cultura para nuestros jóvenes, la corrupción y la crisis de representatividad política, la pobre participación política de nuestros ciudadanos, entre otros temas que lastiman hondamente a nuestra democracia. Lo idóneo sería que, en caso de que se hable de estas prioridades acerca del desarrollo humano, se hable sin amarillismo, sin superficialidad o incontenibles sesgos políticos. Absurdo que se siga hablando del escándalo de las prostitutas y los agentes del servicio secreto. Sencillamente son pendejadas. Pero esos son nuestros medios. En este punto estamos en el mismo bando. 

Ahora bien, cuando la autora afirma que la fiesta brava constituye una representación de la vida y de la muerte, ahí ya algo deja de sonarme a melodía. ¿Es este espectáculo una re - presentación o realmente es una presentación a secas de la vida y de la muerte? La vida y la muerte del toro se entiende, y en algunas dolorosas ocasiones del torero. En la "fiesta brava" no hay una mediación entre el hecho en sí de la muerte y la vida del toro o torero, y otra puesta en escena que vuelva a presentar, como un actor que re-presenta a Don Juan en la comedia de Moliere sin ser él mismo Don Juan. Representación de la vida y la muerte sería un lienzo de algún pintor virtuoso que simbolice a estos estados o ideas que agobian a la humanidad. Si al toro no lo mataran, si acaso solo re-presentaran a la muerte en sí, sí admitiría que es una representación. Pero esto no es lo que sucede y, según entiendo casi siempre, la muerte del toro es una realidad contundente. De aquí que considere que no sea una representación de la vida y la muerte, como se dice, sino una brutal y palmaria exhibición de la vida y la muerte. Si simularan matar al toro y en realidad no lo mataran, concedería que es una representación. 

Luego, la autora del texto exige un interlocutor “competente” en la materia. ¿Qué necesita? ¿Alguien que ame a la fiesta brava igual que ella? O a alguien más docto, ¿Un filósofo moral o un esteta? ¿Un biólogo evolucionista? ¿Un veterinario especializado en bovinos?  Con el argumento de la incompetencia del interlocutor se lo pretende deslegitimar inútilmente, como cuando un experto en unicornios o hadas madrinas se niega a debatir porque no hay un par como él, con estudios pos doctorales en mundos imaginarios.  Es el gemido adolescente del “nadie me entiende”.  “No se ama lo que no se comprende” dice. Muy teológico el asunto.  Y aparte de eso, la autora “compadece” a los anti taurinos. Reitero, ¡qué virtudes teologales tiene para sentir lástima o pena por la desgracia y el sufrimiento ajeno! Bienaventurados, los han sido iluminados por los rayos celestiales del evangelio taurófilo. A quien escribe el texto de seguro sí le iluminaron. Bendita. 

Si es de complacerse por la lucha por “sobrevivir”, es mejor verse un documental de National Geographic, leer libros de historia natural acerca de la evolución de las especies y comprender que la guerra por la supervivencia es más antigua que el mismo hombre; puede sumergirse en los relatos de náufragos, como la deliciosa novela Robinson Crusoe de Daniel de Foe, que vea las series “Born Survivor” o LOST, ojee los relatos de los secuestrados de las FARC, en fin, puede recurrir a una infinidad de posibilidades moralmente más altas que recrearse ante el derramamiento de sangre público de un animal. La fragilidad del ser humano se ve todos los días en todos los escenarios. Errores, guerras, enfermedades, etc. Es tan frágil que para mostrarse valiente se enfrenta a otro animal… Y aplauden. 

Sobre el carácter artístico no me extenderé. De lo poco que sé de la historia del arte y la estética,  sé que para la posmodernidad casi cualquier expresión humana puede contemplarse a partir de su contenido sensible como arte. La danza del torero y el juego de manos con el capote es, a todas luces, una bella labor. Lo es también defecar en latas y regalarlas, o arrastrar un bloque de hielo por las calles comunicando un mensaje implícito sobre la forma en que se diluye nuestra vida mientras la llevamos a cuestas. Distinto era para los modernos, cuando el arte era más elevado y estaba expresado en las obras que reposan en los museos. El artista era un ser alumbrado y casi divino. Hoy, arte es cualquier cosa. 

La tradición taurina así como muchas se lleva en la sangre. Ser hincha del América o del Cali también. Antes se definía “por sangre” la pertenencia a un partido político. El destino de una nación también. El emperador era el “dominus mundi” por sangre heredada de sus predecesores. Y por la derramada en su nombre también.  Afortunadamente hoy los alcohólicos no definen su amor por el licor porque venga heredado (aunque suele pasar y aunque lo lleven en la sangre). Por el hecho de que algo sea una tradición no debe considerarse que sea conveniente  para la sociedad. El racismo y el machismo también eran tradiciones, y no creo que alguien sensato las reivindique porque “siempre ha sido así”. 

La conversión de la autora remarca el carácter teológico de este debate, no es cuento mío. Ella afirma que cambió de postura, se convirtió en taurófila cuando caminaba por el sendero de la herejía a sus tiernos ocho añitos. Sencillamente no creía.  Ella se convirtió, sí. Pero nada de lo que la llevó a cambiarse de bando, de anti taurina a amante de los toros, puede permitirle a otros acreditar su conversión. Mucho menos seguirla. Sencillamente pasó. Punto. Bien por ella. Un amigo mío cree que el fin del mundo está cerca y que el presidente Obama es un marciano encubierto. Lo envidio. 

Las tradiciones por más que reivindiquen las creencias de muchos (como el racismo en el Aparheid sudafricano) no implican necesariamente que beneficien o sean moralmente deseables para una colectividad. Hay tradiciones bárbaras para nuestro esquema mental y que gradualmente fueron derribadas. Quedarán en los anaqueles de la historia (ojalá), la tortura, el racismo, el machismo, La Inquisición, la pena de muerte, algunas monarquías despóticas, la esclavitud, entre otras prácticas tradicionales. 

Que perdure la fiesta brava porque el toro de lidia se puede extinguir si se termina con la fiesta, es una falacia. Que lo etiqueten como especie protegida, lo lleven a zoológicos o a una reserva natural para que nuestros hijos los puedan seguir apreciando con toda su corpulencia y pujanza. Así perdurará por los siglos de los siglos. Sobre la suerte del torero que, supuestamente está en manos del toro, lo dudo. No creo que el hombrecillo luminoso sea carne de cañón porque lo obliguen como a los gladiadores de la antigua Roma para expiar sus culpas. La suerte del torero está en sus manos, como la de todos los seres humanos serenos y prudentes. Querer demostrar el valor frente a una animal es, sencillamente, no tener mucho por lo que verdaderamente valorarse. O en su defecto, creer que se es valiente porque un hombre se burla de la fuerza de la naturaleza es tener una versión empobrecida y oxidada del valor. 

Acepto este concepto de valor para la prehistoria, la revolución agrícola y la edad clásica. ¿Pero dárselas en pleno siglo XXI de Hércules (quien mató a varios leones con sus manos según cuenta la mitología) porque se melea a un toro con un mantel rojo? Valiente quien libera a un pueblo de la ignorancia y la esclavitud con su vida y obra. 

Al final del texto la autora se desespera y se esconde detrás de su dogma. Reafirma que su creencia es “indiscutible” y que ninguna razón “hipócrita” y “amoral” de los anti taurinos la hará cambiar de parecer. El creyente acorralado que ve flaquear su fe también huye desesperado y aprieta los puños, calientes y llenos de sangre. Sencillamente ella porfiada “no cambia de opinión”. Al final del texto sucumbió el hilo sereno del argumento en el embravecido mar de las pasiones y las creencias extremas. 

Cuando observo esto en un anti taurino, es decir, valores duros y conservadores, un tufillo de intransigencia y superioridad, y que sucumben con facilidad al imperio de sus pasiones, es cuando dejo a un lado la camisa de los taurinos. Sencillamente considero que esa tradición es desagradable y retrógrada por el deplorable espectáculo alrededor de la muerte y el sufrimiento animal, ubicando al hombre como señor que puede disponer de las demás especies como le plazca según su minúscula concepción del honor, (así digan que el rey es el toro y como los malos reyes muera decapitado ahogado en su propia sangre). Y si este ensangrentado espectáculo lo ven niños, peor aún. La fiesta brava es sórdida y brutal, como los combates de los gladiadores en la antigua Roma, donde el dolor y la violencia se convertían en una mística que excitaba hasta la depravación a sus espectadores. 

Pese a todo lo anterior, considero que este penoso espectáculo debe extinguirse por el simple efecto de que nadie asista a las corridas o porque la misma ciudadanía en un acto democrático decida eliminarlo. A los taurinos les reconozco la visión estética que tienen sobre la fiesta brava. Al fin y al cabo una concepción estética y mística puede derivarse de casi cualquier vivencia inclusive de la guerra o el fútbol.  Sin embargo, esto no es suficiente para aceptar como conveniente para una sociedad democrática, una práctica que se funda sobre la muerte y el sufrimiento animal. 

Luis Felipe Barrera Narváez
Delegado estudiantil
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
banalufe@hotmail.com
Ciencia Política y Filosofía

2 comentarios:

  1. Ya quisiera yo tener una pluma tan elocuente para expresar mis ideas. Soy ingeniero, sigo trabajando en eso.

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  2. Buen escrito. Pero comete algunas imprecisiones. Es cierto lo que dices que hoy cualquier cosa puede ser arte, pero la corrida de toros no es de hoy, el espectaculo taurino surge de la modernidad, la corrida es una invención moderna, no va más allá del siglo XVIII. Se cree que la muerte pública del toro es lo arcaico y el aspecto lúdico de los festejos taurinos populares es lo reciente, pero la verdad es que es al contrario. Y así lo puede constatar la serie Tauromaquia del maestro Goya. Desde esos tiempos era ya un arte que inspiraba a otro arte.

    También es verdad que la tradición no es un argumento para defender las corridas de toros, pero la tradición tiene como efecto forjar una cultura local y una determinada sensibilidad. Y justamente así lo dice el filosofo frances Francis Wolff, "la tradición local es una tradición que existe en un entorno demográfico determinado, por una cultura común, las mismas constumbres, las mismas aspiraciones y afinidades...una misma manera de sentir las cosas y entusiasmarse por ellas, el mismo sistema de representaciones colectivas y las mismas mentalidades". La corrida de toros puede antender tanto a una herencia hispánica como a nuestra propia identidad cultural, la corrida de toros es tan caleña como su feria y tan paisa como el desfile de silleteros.

    En los anhelos y en los intentos por desaperecer la corrida de toros está el efecto de la globalización sobre la cultura. Así es, en los movimientos animalistas esta la mano de la globalización trabajando por la uniformalización de la cultura. La sensibilidad antitaurina y animalista sí es un fruto posmoderno y la perdidad de contacto con la naturaleza real, pero la globalización aglosajona nos tiene acostumbrados a ver perros que cantan y osos que bailan, es la antropomorfización de la naturaleza, eso sí es una falacia. En una epoca en donde se deberia defender la diversidad cultural frente a la avasallante globalización y mundialización de la cultura anglosajona, ¿no hay que defender las identidades culturales locales, regionales y minoritarias?

    Estamos de acuerdo en que, si la corrida de toros se ha de acabar, que sea por si sola, porque las personas han dejado de ir a la plaza, porque la misma sociedad ya no le interesa, pero mientras exista un número importante de personas que guste de los toros, que llene las plazas de toros como lo siguen haciendo en Bogotá, Calí, Medellín y Manizales, cualquier intento de suprimir esa libertad no es más que intolerancia, aun si es mediante la formula democrática, que usted bien sabe, como estudiante de Ciencias Políticas, seria otra forma de tirania pero disfrazada.

    El debate taurino no puede ser un debate de sensibilidades, como toda sensibilidad, es respetable, pero naturalmente sorda a la razón. Una cosa es extraer consecuencias personales de la propia sensibilidad y otra muy distinta es hacer de dicha sensibilidad un estandar absoluto y considerar sus propias convicciones como un criterio de la verdad, esa es la definición de intolerancia. El debeta taurino debe ser un debate de libertades, es legitimo que a alguien no le guste los toros, pero una cosa es prohibirse a sí mismo ir a las plazas de toros y otra cosa muy distinta y antidemocrática es querer prohibirle el acceso a los demás!

    Daniel Zapata
    Estudiante Ciencias Politicas
    Universidad Pontificia Bolivariana - Medellín

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